Como si fuese una suerte de buen o mal destino de la poesía mexicana, como si el quehacer poético estuviese aún atado a los versos de Nezahualcoyotl o al Príncipe Tecayehuatzin de Huejotzingo quienes le cantaban al amor y a la sangre por igual, la poesía de Abimael Flores posee un sentido de pertenencia en una lírica romántica que se alimenta del fatalismo, y a su vez, un fatalismo que proviene del amor.
El lamento, tercer poemario de joven mexicano, es una nueva aproximación literaria en la que Flores, descubre sin lugar a dudas, su peculiar estilo. Su distintiva poesía no solamente es una apuesta por un lirismo noble, sino también un reflejo del sentir y la idiosincrasia de un pueblo que ha aprendido a amar a pesar del dolor y la muerte. El lamento de Abimael es su canto y su poesía.
Javier Gutiérrez Lozano